Present Truth Magazine
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El Patr�n de la Historia de la Redenci�n

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La Cautividad de la Iglesia Cristiana

La muerte y resurrecci�n de Cristo no s�lo dan significado a la historia antes de la cruz, sino a toda la historia despu�s de la cruz. El libro de Apocalipsis trata del futuro, pero de un futuro visto en la luz del Cordero que fue inmolado y vivi� otra vez. El Calvario queda recitado en la historia de los seguidores del Cordero que fue arrastrado a los tribunales, condenado y quien tambi�n derram� su sangre ante el altar. Los testigos del Apocalipsis profetizan durante tres a�os y medio. Son muertos en las plazas de la grande ciudad, "donde tambi�n nuestro Se�or fue crucificado" (Apoc, 11:8). Sus enemigos se alegran en su muerte, y luego los testigos son resucitados y levantados hasta el cielo. Toda la profec�a es un recuerdo del ministerio de tres a�os y medio de Cristo, y de su muerte y resurrecci�n.

El libro de Apocalipsis muestra que la iglesia recapitula tambi�n la historia del Antiguo Testamento. Existe otra esclavitud en Egipto, o, cambiando la figura, otra cautividad en Babilonia (Apoc. 11:2, 3, 7; 17:1-5). Lutero pod�a ver la iglesia recapitulando la historia antiguotestamentaria. Uno de sus m�s famosos tratados fue "La cautividad babil�nica de la iglesia".

Ahora, nuestra labor consiste en marcar los pasos que condujeron a este nuevo cautiverio egipcio o babil�nico. Pablo advirti� a la iglesia que vendr�a una "apostas�a" (2 Tes. 2:1-8>. Obviamente esta ca�da recapitular�a la ca�da del Ed�n, cuando Eva fue tentada a exaltarse por encima de Dios (comp�rese con G�n. 3:5 y con 2 Tes. 2:1-8). En su carta a los corintios, Pablo asemej� la iglesia a Eva y expres� su temor de que nuevamente Satan�s tendr�a �xito en su seducci�n.

Pues que os celo con celo de Dios; porque os he desposado a un marido, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Mas temo que como la serpiente enga�� a Eva con su astucia, sean corrompidos asi vuestros sentidos en alguna manera, de la simplicidad que es en Cristo. Porque si el que viene, predicare otro Jes�s que el que hemos predicado, o recibiereis otro esp�ritu del que hab�is recibido, u otro Evangelio del que hab�is aceptado, lo sufrierais bien.-2 Cor. 11:2-4.

Este pasaje nos recuerda la advertencia de Pablo a los g�latas:

Estoy maravillado de que tan pronto os hay�is traspasado del que os llam� a la gracia de Cristo, a otro evangelio; no que hay otro, sino que hay algunos que os inquietan, y quieren pervertir el Evangelio de Cristo. Mas a�n si nosotros o un �ngel del cielo os anunciare otro evangelio del que os hemos anunciado, sea anatema. -G�l. 1:6-8.

Las observaciones del ap�stol tocantes al "hombre de E pecado" que se opone y exalta a s� mismo, sent�ndose  en el templo de Dios como Dios, haci�ndose parecer a Dios" (2 Tes. 2:3, 4), fueron tomadas obviamente del libro de Daniel (Dan. 7:8, 11), especialmente de Daniel 8:11-13. Este anticristo, que contamina el templo y se hace objeto de adoraci�n, es llamado "el que causa desolaci�n" o "la abominaci�n espantosa" (Dan. 9:27; 11:31). No podemos confinar esta profec�a de Daniel a Antioco Ep�fanes y su profanaci�n del templo de Jerusalem en el a�o 165 A. C. Jes�s aplic� esta profec�a de la "abominaci�n del asolamiento" a algo futuro a sus d�as (Mat. 24:14, 15). Las figuras antiguotestamentarias como Fara�n, Senaquerib, Nabucodonosor y Ant�oco son precursores hist�ricos del anticristo. Tampoco podemos confinar "la abominaci�n del asolamiento" a los emblemas idol�tricos de Roma profanando y destruyendo finalmente a Jerusalem y su templo en el a�o 70 D. C. Debemos captar el principio b�blico de una historia de eventos recapitulados y sostener esta historia luego en la luz de la muerte y resurrecci�n de Cristo.

Echemos ahora una mirada a este desolador religioso, este suplantador y destructor del Evangelio, a trav�s de los ojos de Juan el Revelador.' Juan describe una trinidad entre el drag�n, la bestia y el falso profeta (Apoc. 13; comp�rese con 16:13). (La unidad que presenta este pasaje con Daniel 7, 8, 11; Mateo 24:15 y 2 Tesalonicenses 2 es obvia.) Aqu� se nos muestra que Sat�n trata de imitar al Padre, al Hijo y al Esp�ritu Santo. El drag�n da "su poder, y su trono, y grande potestad" a la bestia (Apoc. 13:2). Esto sigue paralelo al Padre, dando al Hijo "toda potestad en el cielo y en la tierra" (Mat. 28:18; comp�rese con Daniel 7:13, 14). La bestia de Apocalipsis 13 es el anticristo porque trata de revalidar la muerte y resurrecci�n de Cristo. Tambi�n son extraordinarias las analog�as entre el falso profeta y el Esp�ritu Santo. Al falso profeta se lo llama "otra bestia" (Apoc. 13:11), as� como Jes�s llam� al Esp�ritu Santo "otro Consolador" (Juan 14:16). Esta bestia hace descender lo que a la vista de los hombres parece ser fuego del cielo. Enga�a a los hombres para que hagan una imagen del anticristo y lo adoren. En todo esto, falsifica la obra del Esp�ritu Santo. En conjunto, Juan est� advirtiendo a la iglesia respecto del enga�o, de la falsa adoraci�n y de un falso evangelio que conducir�a al pueblo de Dios de vuelta a la esclavitud de Egipto o el cautiverio babil�nico. 

Debemos investigar ahora las caracter�sticas principales de este falso evangelio que conduce a la gran cautividad de la iglesia. Mientras contemplamos las advertencias de las Santas Escrituras, vemos que el falso evangelio contiene dos caracter�sticas. Es un evangelio de revalidaci�n y una teolog�a de "gloria".

El "Evangelio" de la Revalidaci�n.

La caracter�stica m�s sorprendente del anticristo es su intento por revalidar el evento mesi�nico. As� como Cristo fue crucificado al cabo de tres a�os y medio de ministerio, la bestia recibe tambi�n una herida de muerte despu�s de tres a�os y medio (Apoc. 13:5).2 Despu�s de la muerte de la bestia, otra bestia toma su lugar para conformar los hombres a su imagen. Lo m�s sorprendente de todo es que la primera bestia se recupera de su herida de muerte y recibe la adoraci�n de los hombres (Apoc. 13:3, 4). Lutero observ� cierta vez que el diablo es el mono de Dios. Esta imitaci�n queda ilustrada al comparar las siguientes escrituras apocal�pticas:
	Cristo	Anticristo

paz del que es y que La bestia que has visto
era y que ha de venir, fue y no es; y ha de subir
-Apoc. 1:4.	del abismo.. .-Apoc.
17:8.
Yo soy el primero y. . . la bestia que tiene la
el �ltimo; y el que vivo, y herida de cuchillo (que fue
he sido muerto; y he aqu�degollada) y vivi�.-Apoc.
que vivo..~-Apoc. 1:18.	13:14.
He aqu� que viene .
-Apoc. 1:7.

Hay algunos que buscan un anticristo futuro, pero fracasan, no viendo sus desarrollos pasados y presentes dentro de la iglesia cristiana. Juan vi� al anticristo, obrando en sus d�as (1 Juan 2:18; 4:1, 3). Los reformadores identificaron al anticristo con aquella instituci�n que se opuso al Evangelio de Cristo en sus d�as. Necesitamos ver al anticristo en sus tres dimensiones: pasada, presente y futura.

Hemos visto que el acto salvador de Dios en Cristo fue un evento hecho de una vez y para siempre. La iglesia deb�a vivir recitando ese gran evento hist�rico. Pero en vez de proclamar el "evangelio" de revalidaci�n. La iglesia empez� a verse a si misma como la extensi�n de la encarnaci�n. En vez de ser una recitaci�n del sacrificio de Jesucristo, hecho de una vez y para siempre, la cena fue interpretada como una revalidaci�n del Calvario.

La teolog�a de la revalidaci�n queda perfectamente ejemplificada en la misa romana. Aqu� se dice que el sangriento sacrificio de Cristo es revalidado (en el altar romano) una y otra vez. Sin embargo, lo que necesitamos ver es que la misa es s�lo una expresi�n visible de la visi�n romana del Evangelio. El erudito jesuita Navone, en un art�culo titulado "La verdad evang�lica como revalidaci�n", esboza el coraz�n del romanismo. El tema de su art�culo es que el evangelio presenta meramente una letra que debe revalidarse en nuestra experiencia. En vez de ense�ar que somos salvos, s�lo por fe, en el irrepetible acto de Dios en la historia, el art�culo dice que somos salvos revalidando a Jesucristo.

Jes�s nos manda que re-validemos la perfeci�n de vida que pertenece a �l y a su Padre. En este aspecto, la Escritura es una letra, y tambi�n la prescripci�n a revalidarse para obtener esa curaci�n e iluminaci�n que constituyen nuestra salvaci�n.3

Debemos notar que no describe la salvaci�n como ese acto de Dios, afuera de nosotros, en Cristo, sino como un logro alcanzado mediante su revalidaci�n en nosotros. Mediante esta revalidaci�n (que, por supuesto, se dice ser �totalmente por gracia!) el hombre "llega a ser aceptable ante Dios".4

Si los sacramentos son celebraciones del acto salvador de Dios, no debe sorprendernos que ahora se constituyan en una celebraci�n de la renovaci�n que la gracia efect�a en el adorador. El erudito jesuita Fransen dice:

De hecho, celebramos lo que somos. Gozosa y confiadamente, testificamos de la vida que est� en nosotros. Celebramos que el "reino de Dios est� dentro de
vosotros'

Esta teolog�a transfiere la gloria de nuestra salvaci�n desde la obra terminada de Cristo a nuestra renovaci�n. Chemnitz llam� tal cosa blasfemia6 (v�ase adem�s Apoc. 13:1, 5).

Al celebrar lo que somos no hay diferencia si decimos que la renovaci�n interior del coraz�n es por gracia. Sigue siendo blasfemia, porque compromete la singular obra de Dios en Cristo. Dado que esta obra est� fuera del creyente, debe enfocar lejos del creyente. La obra de Dios en Cristo fue tan infinita que no puede reducirse a una experiencia intra-humana. Adem�s es irrepetible. Dios mismo no puede revalidar�a. La Roca de nuestra salvaci�n fue herida una vez. No puede ser herida de nuevo. Si Dios, Cristo y el Esp�ritu Santo no pueden revalidar sino recitar �nicamente delante de nosotros lo que la Deidad ya hizo, �qu� blasfemia es que el hombre presuma revalidar la obra salvadora de Dios! He aqu� el esp�ritu del primer pecado (G�n. 3:5), que pretende poner al hombre por encima de Dios, en el templo de Dios (Dan. 11:36; 2 Tes. 2:4). En toda �poca, la iglesia estuvo en peligro de confundir el 'evangelio" de la revalidaci�n con el Evangelio de la recitaci�n. Es muy f�cil se�alar con un dedo incriminador a cosas tales como la misa romana, mientras no vemos nuestra propia culpa. 

El falso evangelio de la revalidaci�n se desprende del fracaso de no entender el Evangelio de Nuevo Testamento de una salvaci�n por medio de la fe en lo que Dios hizo en su gran acto en Cristo. El Evangelio proclama que la salvaci�n es por ese evento m�s ninguna otra cosa. Pero desde muy temprano, los maestros de la iglesia comenzaron a confundir el art�culo de la justificaci�n por la fe con la renovaci�n y la vida de nueva obediencia que el Esp�ritu Santo lleva a cabo en el creyente. La influencia del gnosticismo griego condujo a muchos a buscar un conocimiento de Dios en la experiencia m�stica m�s bien que en la realidad hist�rica del Cristo crucificado. La mente griega occidental siempre ha tenido la tendencia de tolerar una espiritualizaci�n falsa de la encarnaci�n. Hubo la tendencia de hablar del nacimiento de Cristo en el coraz�n humano. La iglesia fue vista como la extensi�n de la encarnaci�n, con el creyente como siendo crucificado en un acto de auto-renunciaci�n m�stica. La obra de Cristo en la historia qued� subordinada a la obra de Cristo en la experiencia m�stica del creyente. El resultado fue la ense�anza de que los hombres son aceptados ante Dios por la revalidaci�n del nacimiento, vida, muerte y resurrecci�n de Cristo en la experiencia m�stica m�s bien que por su obra objetiva terminada. La localizaci�n del acto salvador qued� removida del Cristo de la historia al coraz�n humano mismo. Si el acto salvador de Dios ocurre en el coraz�n del creyente, es sumamente l�gico que la iglesia utilice los sacramentos para anunciar su santidad y para testificar de la vida hallada en s� misma.

La acentuaci�n en la predicaci�n apost�lica recay� sobre el acto salvador de Dios en Cristo. Sin embargo, bajo la influencia del pietismo y reavivalismo cristianos, la acentuaci�n en el protestantismo se ha movido cada vez m�s a la apropiaci�n que el creyente hace de la salvaci�n y a su vida renovada. Esta rotaci�n del �nfasis, desde lo objetivo hasta lo subjetivo, ha tomado lugar tanto en el ala liberal como en el ala conservadora del movimiento protestante. El liberalismo siempre tendi� a eliminar la naturaleza hist�rica del Evangelio. La iluminaci�n del siglo dieciocho y el racionalismo cr�tico del siglo diecinueve cuestionaron la naturaleza hist�rica de la Biblia. Schleiermacher puso a descansar toda verdad cristiana sobre el dominio de la experiencia. La "demitologizaci�n" de Bultmann, en el siglo veinte, quita la naturaleza hist�rica del Evangelio:

El coraz�n de la teolog�a de Bultmann se encuentra en el significado que adscribe a la proclamaci�n de la kerygma, porque en el momento de la proclamaci�n, Jes�s se convierte en el Cristo para el creyente y la encarnaci�n queda revalidada. . El evento mesi�nico no puede ser hecho presente mediante el recuerdo; no es realmente "detallable" porque ocurre siempre de nuevo en la existencia propia.

A�n la m�s conservadora y nueva ortodoxia de Barth y de Brunner ense�a que la revalidaci�n toma lugar en el "encuentro religioso" m�s bien que en el evento hist�rico. Dice Malcolm Muggeridge:

La encarnaci�n no fue un evento hist�rico. . . sucede todo el tiempo. . . Hay ejemplos por todos lados. . 	Solzhenitsyn.... Madre Teresa.~ 

El �nfasis popular evang�lico en el nuevo nacimiento ("Deje que Jes�s venga a su coraz�n") podr�a estar del todo bien si fuera presentado en el contexto del acto redentor de Dios en Cristo. Pero desafortunadamente y con frecuencia, el nuevo nacimiento mismo se constituye en el mismo acto redentor. La gente queda colgando de su experiencia, como si esta fuera el acto que la reconciliara con Dios. La gente piensa que el testimonio cristiano es testificar de su reci�n hallado amor, gozo y paz en vez de testificar de los actos de Dios en el Cristo de la historia.

Mucho pietismo y entusiasmo subordinan hoy la obra de Cristo por nosotros a la obra de Cristo en nosotros. El �nfasis no recae m�s sobre la inclusi�n de todos los creyentes en la muerte y resurrecci�n de Cristo, hechas de una vez y para siempre, y en su vida de fe en ese estado. Antes bien, el "morir con Cristo" y "resucitar con Cristo" se convierten en una comuni�n m�stica con el Cristo pneum�tico. Esto es m�s que fe sencilla en su obrar y morir.

Existe, por supuesto, un "misticismo cristiano" verdadero, un verdadero Cristo de la experiencia. Pero el Esp�ritu de Cristo siempre gu�a nuestra fe lejos de nuestra propia experiencia hacia el Cristo de la historia. La obra del Esp�ritu es la de explicar la gloria del Cristo crucificado y resucitado. No le a�ade nada a la obra de Cristo, sino que nos incorpora en ella. La evidencia de la presencia del Esp�ritu se ver� en una preocupaci�n por el acto redentor de Dios efectuado objetivamente. Esta preocupaci�n se hace evidente en la predicaci�n, escritura y testimonio.

Gran parte del "evangelicalismo" de hoy lleva s�lo un ''evangelio'' de revalidaci�n m�s bien que un Evangelio de recitaci�n. Esto tambi�n es un anticristo. Transfiere la localizaci�n del evento de salvaci�n desde lo que sucedi� en Cristo a lo que sucede en el coraz�n humano. Deja la gente mir�ndose a s� misma y testificando de sus propios dones carism�ticos. Es una exaltaci�n sutil del hombre religioso por encima de Dios. Una de las mayores pruebas de que esto es malo es la repuesta acalorada que dan a los que aceptan la realidad y necesidad de la experiencia del nuevo nacimiento, pero que reh�san poner esta cosa buena en lugar de la cosa mejor-a saber, la justicia de Cristo Jes�s. Cuando la renovaci�n que el Esp�ritu lleva a cabo en el creyente es colocada en lugar de la justicia imputada de Cristo, o queda confundida con la justicia de la fe, el protestantismo muere y el romanismo revive.

La Teolog�a de Gloria

El "evangelio" de la revalidaci�n no conduce los hombres a inclinarse ante la cruz ni a confesar ninguna otra justicia delante de Dios que la que Jes�s ya obr�. En vez de esto, proclama la gloria de ser salvado por la maravillosa experiencia de revalidar la historia de la salvaci�n. En esto se usan los dones de Dios para la auto-valorizaci�n. Se usan los sacramentos para celebrar lo que los hombres llegaron a ser-�por supuesto, que por gracia! (Porque a�n el Fariseo pod�a dar gracias a Dios, que �l no era como el publicano).

�No prometi� Cristo poder a su pueblo? (El anticristo va asistido de un desfile de poder-como fuego del cielo, milagros y se�ales [Apoc. 13:13, 14]). Jes�s nos advierte: "Muchos me dir�n en aquel d�a [el d�a final]; Se�or, Se�or, �no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? [�Ciertamente que �ste es un ministerio altamente poderoso!] Y entonces les protestar�: Nunca os conoc�; apart�os de m�, obradores de maldad" (Mat. 7:22, 23). S�, en verdad, muchos montar�n el tren de la "gloria" hasta la perdici�n. Debemos precavernos de este esp�ritu de triunfalismo religioso.

El Evangelio de la recitaci�n es la teolog�a de la cruz. Cristo lleg� a la gloria mediante el sufrimiento: al honor mediante la verguenza, a la victoria mediante la aparente derrota. El poder de Dios fue velado en la debilidad. Mirad esa V�ctima herida y sangrante, tropezando a lo largo de la V�a Dolorosa. Su cabello est� enmara�ado con sangre y sudor, su rostro ungido con los esputos de los ne ia iteciencion que le rechazan. Est� tan d�bil que se tambalea y cae ante espectadores burlones. �Qui�n pensar�a que escondido en este espect�culo de total debilidad estaba el poder infinito de Dios, o que velada en esta verguenza estaba la m�s infinita gloria?

Al menos, el Calvario deber�a ense�arnos la falacia de juzgar seg�n la carne. Aquello que la carne rechaza es glorioso a los ojos de Dios. Y "lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominaci�n" (Luc. 16:15).

La cruz no es una medalla de honor sino un s�mbolo de verguenza (Luc. 14:26, 27). Los grandes de la fe tambi�n, "experimentaron vituperios y azotes; y a m�s de esto prisiones y c�rceles. . anduvieron de ac� para all�, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; perdidos por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra" (Heb. 11:36-38). Dif�cilmente parece tal cosa una procesi�n triunfalista.

De acuerdo al libro de Apocalipsis los que llevan el "testimonio de Jes�s" son arrastrados a las cortes, sus nombres son tenidos como malos y su sangre derramada ante el altar. Los seguidores del Cordero no son presentados como quienes van a la gloria en el majestuoso carruaj e del honor. Van en la rechinante carreta del esti�rcol de la verguenza; hasta el pante�n o a la hoguera. Sus vidas son una serie de victorias ininterrumpidas-que no parecen tal cosa aqu�, pero que se revelar�n como tales en el gran m�s all�.

Este contraste entre la teolog�a de la cruz y la teolog�a de la gloria queda muy claramente demostrado en la correspondencia de Pablo a los corintios. El esp�ritu que est� detr�s del falso evangelio fue el mismo esp�ritu de auto-exaltaci�n que enga�� a Eva (2 Cor. 11:3, 4>. Los falsos maestros, a quienes la iglesia coqueteaba, eran "sumos ap�stoles" (2 Cor. 11:5; 12:11). Aquellos anunm ciaban su superioridad en sus dones espirituales, milagros y otros signos de poder. Evidentemente, algunos hab�an aleteado hasta llegar tan cerca del cielo que trascend�an la debilidad y pecaminosidad humanas. En lo que a ellos concern�a, el estado de la resurrecci�n era cosa del pasado (1 Cor. 15). No eran cristianos comunes, identificados a�n con esta vieja era de debilidad humana. Eran super-cristianos. A medida que se comparaban entre si, creyeron que Pablo era d�bil, falto de espiritualidad e inferior. Estaban conduciendo a muchos de la comunidad cristiana a dudar de su apostolado, especialmente porque a Pablo parec�an faltarle los adornos de poder tan evidentes en la experiencia de los superap�stoles.

En su carta a los corintios, Pablo les recuerd� primeramente que la cruz es la "flaqueza" y "locura" de Dios. Luego enfatiza su propia flaqueza y se gloria en sus debilidades: 

Porque, hermanos, no queremos que ignor�is de nuestra tribulaci�n que nos fue hecha en Asia; que sobremanera fuimos cargados sobre nuestras fuerzas de tal manera que estuvi�semos en duda de la vida. Mas nosotros tuvimos en nosotros mismos respuesta de muerte, para que no confiemos en nosotros mismos, sino en Dios que levanta los muertos; El cual nos libr�, y libra de tanta muerte; en el cual esperamos que a�n nos librar�.-2 Cor. 1:8-10. 

Antes, habi�ndonos en todas las cosas como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en c�rceles, en alborotos, en trabajos, en vigilias, en ayunos; en castidad, en ciencia, en loganimidad, en bondad, en Esp�ritu Santo, en amor no fingido; en palabra de verdad, en potencia de Dios, en armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, por infamia y por buena fama; como enga�adores, mas hombres de verdad; como ignorados, mas conocidos; como muriendo, mas he aqu� vivimos; como castigados, mas no muertos; como doloridos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas posey�ndolo todo.-2 Cor. 6:4-10.

Porque a�n cuando vinimos a Macedonia, ning�n reposo tuvo nuestra carne; antes, en todo fuimos atribulados: de fuera, cuestiones; de dentro, temores. Mas Dios, que consuela a los humildes, nos consol� con la venida de Tito. .. .-2 Cor. 7:5, 6.

Otra vez digo: Que nadie me estime ser loco; de otra manera, recibidme como a loco, para que a�n me glorie yo un poquito. Lo que hablo, no lo hablo seg�n el Se�or, sino como en locura, con esta confianza de gloria. Pues que muchos se glorian seg�n la carne, tambi�n yo me gloriar�. Porque de buena gana toler�is si alguno os pone en servidumbre, si alguno os devora, si alguno toma lo vuestro, si alguno se ensalza, si alguno os hiere en la cara. D�golo cuanto a la afrenta, como si nosotros hubi�semos sido flacos. Empero en lo que otro tuviere osad�a <hablo con locura), tambi�n yo tengo osad�a.

�Son hebreos? yo tambi�n. �Son israelitas? yo tambi�n. �Son simiente de Abraham? tambi�n yo. �Son ministros de Cristo? (como poco sabio hablo) yo m�s: en trabajos m�s abundante; en azotes sin medida; en c�rceles m�s; en muertes, muchas veces. De los jud�os cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un d�a he estado en lo profundo de la mar; en caminos muchas veces, peligros de r�os, peligros de ladrones, peligros de los de mi naci�n, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en la mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchas vigilias, en hambre y sed, en muchos ayunos, en fr�o y en desnudez; sin otras cosas adem�s, lo que sobre m� se agolpa cada d�a, la solicitud de todas las iglesias. �Qui�n enferma y yo no enfermo? �Qui�n se escandaliza y yo no me quemo?Si es menester gloriarse, me gloriar� yo de lo que es de  mi flaqueza.-2 Cor. 11:16-30.
. . de m� mismo nada me gloriar�, sino en mis flaquezas.-2 Cor. 12:5.

Pablo agasaja sus lectores con un recuento de su debilidad, verguenza y sufrimiento. Termina su "glo riarse" con un relato de su pobre escapatoria de Damasco (2 Cor. 11:32, 33). Contemplemos este peque�o erudito calvo y de piernas corvas siendo bajado sobre la muralla en una canasta.9 �Qu� dignidad tan gloriosa para presentar ante los super-ap�stoles!

Desde el evento mesi�nico, la nueva era del reino de Dios y la vieja era del pecado y la muerte se traslapan. Las cosas del fin fueron inauguradas, pero no consumadas. Debemos vivir en la tensi�n de estar en el reino de Dios y de poseer perfecta justicia por la fe y, con todo, estar al mismo tiempo identificados con la vieja era de carne humana pecaminosa y muerte. No podemos trascender totalmente la pecaminosidad humana hasta la consumaci�n. S�lo podemos seguir adelante en la faz de mucha tribulaci�n (Hech. 14:22). Cuando estamos en la agon�a consciente de nuestra pecaminosidad humana, confesamos que somos justos. Y cuando estamos muriendo, creemos que tenemos vida eterna. La paz de la fe no es una calurosa refulgencia interna, cierta clase de euforia espiritual; ni es libertad de la tensi�n de nuestras propias auto-contradiciones interiores. Nuestra paz, as� como nuestra justicia, es objetiva para nosotros. Es "paz para con Dios por medio de nuestro Se�or Jesucristo" (Rom. 5:1). "El es nuestra paz", porque con �l est� la perfecta paz entre Dios y el hombre. Por consiguiente, nuestra paz no es una paz que provenga de ser levantados de la lucha agonizante de la situaci�n humana. Es paz en medio del conflicto.

La falsa teolog�a de la gloria rechaza este camino de fe. Quiere trascender la lucha agonizante de Romanos 7:14-25. Quiere confesar, en vez de la confesi�n no restringida de la debilidad y pecaminosidad humanas, nada sino paz interior, victoria y poder. Muchos piensan que tal cosa es consistente con la fe en un Dios Todopoderoso. Pero cuando la iglesia intenta alcanzar la gloria que ha de ser, prematuramente, se torna en una iglesia orgullosa, arrogante y triunfalista que mata y quita la paz de la tierra (Apoc. 6:1-11).

Gran parte de la carismania que vemos hoy ejemplifica la teolog�a de la gloria. Si fuera una manifestaci�n del Esp�ritu de Cristo, no conducir�a a una confesi�n que suena sospechosamente como la de los orgullosos superap�stoles de la iglesia de Corinto. Si pudi�ramos tomar prestadas algunas palabras de Barth dir�amos: "�Cu�n amplio abismo separa [esta] actitud hacia la religi�n, de h�roe conquistador, de ese disgusto humano con uno mismo, marca caracter�stica de la verdadera religi�n!"Io

Un triunfalismo petulante acompa�a con frecuencia la afirmaci�n de ser salvo y renacido. Carece del punzante sentido de la pecaminosidad humana que los hombres de Dios sienten cuandoquiera son tocados por un sentido de la gloria divina. (Isa. 6:1-8). Si la espectacularidad descarada del evangelismo televisado es representativa del evangelicalismo; si el esp�ritu de la construcci�n de un imperio evang�lico es representativa de ello, debemos decir luego que la teolog�a de la gloria es la pasi�n de gran parte del protestantismo.

Los asuntos ante la iglesia hoy d�a no son meros asuntos de c�mo interpretar unos pocos textos. Siempre existir�n diferencias interpretativas. No debemos caer en un perfeccionismo teol�gico, como tampoco en un perfeccionismo �tico. Sin embargo, estamos hablando de dos acercamientos diferentes a la Biblia y al cristianismo. De hecho, hablamos de dos religiones diferentes para las cuales no hay esperanza de reconciliaci�n. El asunto trasciende las fronteras denominacionales y sectarias.

O montamos hasta la perdici�n el carruaje espl�ndido de la gloria, o montamos hasta la gloria la carreta del estiercol de la humildad. No puede predicarse la cruz sin ofensa, a�n dentro de la iglesia cristiana. El evangelio y el triunfalismo religioso son absolutamente incompatibles.



1. La abominaci�n desoladora, o el hombre sin ley, es obviamente una identidad religiosa. Aplicada a la era cristiana, es aquello que suplanta al Evangelio (Dan. 8:11-13; Mat. 24:14, 15).



2. Este pasaje apocal�ptico es simb�lico. Algunos expositores no toman los cuarenta y dos meses como meses literales, sino como meses 'prof�ticos". Aqu� no discutiremos tal punto. S�lamente llamaremos la atenci�n al principio de que el periodo de tiempo corresponde al periodo del ministerio de Cristo. 



3. John Navone, The Gospel Truth as Re-enactment", Scottish Jaurnal of Theologv, 29, no 4. (1979): 333



4. Ibid., p�g. 323.



5. Piet. F. Fransen, Sacraments as Celebrations", Irish Theological Quarter�y, 43, no. 3 (t976): 167.



6. Martin Chemnitz, Examination of the Counc~l of Trent. parte 1, p�g. 491.



7. Daniel L. Deegan. Rese�a del libro Christ Without Myth, de Schubert. M. Ogden, Scottish Journal of Theology, 17, no. 1 (marzo 1964): 86-7.



8. Malcolm Muggeridge, "What Is the Christian Alternative?" These Times, Feb. 1978, p�g. 15.



9. As� es como lo presenta la tradici�n. Probablemente su apariencia f�sica no era muy impresionante (2 Cor. 10:10).



10. Karl Barth, The Epistie to the Romans, p�g. 263.