Cómo vivir una vida victoriosa

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Otros principios necesarios para mantener la centralidad de la justificación


Hemos mostrado:
1. Que la justificación y la santificación siempre deben mantenerse juntas.

2. Que la santificación debe retornar constantemente a la justificación.

3. Que la justificación siempre debe permanecer como el centro de atención de la iglesia; como la cuerda mayor en la melodía de la salvación. Cuando se permite que la santificación ahogue la nota dominante del Nuevo Testamento, la enseñanza cristiana se degenera en un mero moralismo.

Hay tres principios básicos necesarios para mantener a la justificación en el centro.

a. La naturaleza presente contínua de la justificación. Mayormente, la teología evangélica tiende a relegar la justificación por la fe a una acción inicial en el proceso de la salvación como si la justificación por la fe fuera solamente un acto puntual del pasado, y así la justificación es vista como un acto superado por la santificación.

Justificación -----------------Sanificación------------------>

Existe la tendencia a considerar a la justificación como algo que sucedió en el pasado, "cuando me convertí." Hay que admitir que la doctrina reformada de "la perseverancia de los santos" coloca cierta base a este concepto acerca de la santificación, y que el dicho popular, "una vez salvos, siempre salvos," convierte a la justificación por la fe en un asunto del pasado. En este caso, la justificación por la fe deja de ser vital en la experiencia cristiana de cada día.

Otro error es considerar a la justificación como perdón de los pecados pasados, y a la santificación como un estado más elevado en el proceso soteriológico, y como base de la justificación final, tal como se ilustra:

Justificación -----------------> Santificación -----------------> Justificación Final


El gran error de estos conceptos consiste en que no reconocen la centralidad de la justificación a través de toda la vida cristiana. El apóstol Pablo ve la expiación de Cristo como el evento realizado "una vez y para siempre." El creyente es justificado (declarado justo) cuando recibe a Cristo por la fe. "... siendo justificados [tiempo presente contínuo] gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús... por medio de la fe" (Rom. 3:24,25). Esto no es solamente algo que ocurrió "cuando me convertí," pues la ley demanda cada día una justicia perfecta y nuestra obediencia es insuficiente ante las demandas de la ley. La frase de Romanos 3:23, "están destituídos," se encuentra en presente contínuo, de ahí que debemos reconocer que somos pecadores y apropiarnos de la "obediencia de Uno" (Rom.5:19), con la cual la ley está satisfecha. El creer para ser justificado no es una acción realizada "una vez y para siempre." En el Nuevo Testamento (Juan 3:16, por ejemplo), creer en Cristo es una acción presente y contínua. Como Lutero escribe en su comentario acerca de Romanos, el creyente siempre espera y pide ser justificado, y mientras éste continúe contándose a sí mismo como pecador e implorando la misericordia de Dios, Dios continúa contándolo a él como justo.

La naturaleza presente y contínua de la justificación fue el énfasis de Lutero. En sus "Discusiones Acerca de la Justificación" (1536), Lutero dice:

"... el perdón de pecados no es un asunto de una acción que transcurre o que pasa, sino que viene desde el bautismo y es de duración perpetua, hasta la resurrección de entre los muertos. Luther's Works (Philadelphia: Muhlenberg Press). Vol. 34, p. 163. "El perdón de los pecados no es un asunto del pasado, sino perpetuo, permanente. El perdón de pecados comienza con el bautismo y permanece con nosotros a lo largo del camino, hasta la muerte, hasta que resucitemos, y seamos recibidos en la vida eterna. Por lo tanto, vivimos continuamente bajo el perdón de nuestros pecados. Cristo es cierta y constantemente el libertador de nuestros pecados; es llamado nuestro Salvador, y nos salva quitando nuestros pecados. Por lo tanto, si Cristo es nuestro permanente Salvador, pues nosotros somos permanentemente pecadores" Ibid., p. 164. "En ningún momento dejamos de ser pecadores, sino que somos justificados diariamente por el inmerecido perdón y por la misericordiosa justificación divina. El pecado permanece perpetuamente en esta vida, hasta que llegue la hora del juicio final, y al fin, seamos hechos perfectamente justos" Ibid., p. 167. "El perdón de pecados es un trabajo divino contínuo, hasta nuestra muerte, pues el pecado no cesa. En consecuencia, Cristo nos salva perpetuamente" Ibid., p. 190. "Así como un medico está obligado a curar la enfermedad día tras día, hasta que ésta sea vencida, así también somos justificados día tras día" Ibid., p. 191.

Por lo tanto, la justificación no es meramente una puerta por la cual entramos una sola vez. El ejercicio de la fe por la cual nos apropiamos de la justicia de Cristo, es una obra contínua y abarca toda la vida, y como dice Lutero, nunca hemos aprendido lo suficiente acerca de la confianza en la justicia de Cristo. Podríamos ilustrar este concepto de la siguiente manera:

Expiación Segunda Venida
[----------------------La gracia de la justificación ----------------------]
(---------La gracia de la santificación (fe que obra por amor)-------)

Este diagrama ilustra cómo la santificación vive constantemente bajo la gracia de la justificación.

b. Las Demandas Radicales de la Ley de Dios. Si existe una razón sobre todas la demás que explique por qué la justificación por fe ha perdido su importancia, es que la iglesia no ha hablado de la ley de Dios con la seriedad que el Calvario demanda. Si Dios no toma las demandas de su ley con la máxima seriedad, ¿entonces qué significado tiene la muerte de Cristo?

La justificación en sí es un término legal sin significado alguno aparte de la ley. Justificar significa estar a cuenta con la ley (A.H. Strong). Si Cristo murió e hizo a un lado las demandas de la ley, entonces no tendríamos necesidad de ser justificados, pero si la ley permanece vigente en sus demandas, entonces sí necesitamos ser justificados por la sangre y por la obediencia de Jesucristo.

La fuerza de la teología de la Reforma está en que reconoce que el hombre todavía está obligado a rendir la obediencia que Dios requería del hombre en su estado de inocencia. Esta demanda de perfecta justicia no puede anularse, modificarse o rebajarse, pues Cristo no murió para que Dios pudiera aceptar normas más bajas o más fáciles, sino que vivió una vida sin pecado para que nuestra fe pudiera apropiarse de su obediencia y así podamos ser capaces de presentar la perfecta obediencia que la ley demanda con todo derecho. Esto no significa que el creyente, al ser justificado por una justicia vicaria, puede ahora menospreciar los santos mandamientos de Dios, sino que el cristiano, ahora ve en la ley la clase de hombre que Dios espera que éste sea, y en el evangelio ve la clase de hombre que ha llegado a ser en Jesucristo. Ahora la ley se ha convertido en una expresión de la clase de ser humano que el cristiano quisiera ser en su existencia diaria y concreta, y así, el ideal de Dios ha venido a ser también el suyo.

Esto es lo que los reformadores llamaron "el tercer uso de la ley," la ley como la norma de vida para el creyente justificado. Aunque la ley no puede tiranizar la conciencia del creyente, sin embargo, la ley se constituye en una rigurosa demanda para alcalnzar la máxima perfección en cada acto, palabra, pensamiento y motivos, una ley espiritual (Rom. 7:14) que anhela "la verdad en lo íntimo" (Sal. 51:6). Como creyente, "según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios" (Rom. 7:22), y el Espíritu obra en nuestro interior "para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros..." (Rom. 8:4). Pero existe una realidad que debemos comprender, algo que hace que clamemos en angustia. Esto nos lleva al siguiente punto.

c. El Pecado Radical del Creyente. "...porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Rom. 3:20). La conversión a Cristo no elimina el amargo conocimiento de nuestros pecados, sino que más bien nos coloca donde podamos soportar una revelación cada vez más amplia del pecado. Cuando leemos asombrosas confesiones acerca de la corrupción de la naturaleza humana, no provienen éstas de creyentes inmaduros, sino de maduros y santos profetas y apóstoles. Aún más, estos santos de Dios claman desde la profundidad y amargura de su alma, "¡Pobre de mí!"..."¡Miserable de mí! etc.

Hay personas confundidas que les agrada dar testimonio de su "piedad victoriosa," y se remontan hasta el cielo cuando hacen referencia a su elevada y poderosa experiencia. Estas almas encuentran muy difícil comprender los testimonios de los profetas y apóstoles y creen, por ejemplo, que cuando Pablo delineó su estado de desamparo en Romanos 7:14-25, estaba hablando de su experiencia anterior a la conversión, o anterior a su "segunda bendición," pero a la luz de las elevadas demandas de la ley de Dios, Romanos siete no es tan difícil de asimilar, en especial para los que han procurado sinceramente satisfacer las demandas de la santidad de Dios en su vida diaria. En Romanos 7:14-25 hay demasiada evidencia como para negar que es realmente Pablo el que está hablando acerca de sí mismo. ¿Qué significado tiene la confesión de su pecaminosidad?

"Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado." (Rom. 7:15-24).

El apóstol no está confesando algunas aberraciones que se manifiestan en su conducta cristiana, o momentos cuando la fe tambalea y es dominado por el pecado, pues si él quisiera decir esto, entonces este pasaje no estaría describiendo a un santo lleno del Espíritu Santo. Este pasaje no fue escrito con el propósito de excusar la desobediencia involuntaria, o mucho menos voluntaria. Muchas veces este pasaje ha sido utilizado para justificar una norma muy baja de piedad cristiana, o momentos cuando la fe tambalea y el pecado toma el control. En resúmen, Romanos siete no es una suave almohada donde los hipócritas pueden recostar su cabeza. Como A. J. Gordon dice,

Si la doctrina de la perfección inmaculada es una herejía, la doctrina del conformismo con la pecaminosidad, es una herejía aún mayor... No es un espectáculo edificante ver a un cristiano-mundano arrojando piedras a un cristiano-perfeccionista. A.J. Gordon, Ministerio del Espíritu, p. 116 (ver A.H. Strong, Teología Sistemática, p. 881).

Pablo no se está describiendo a sí mismo en su peor estado, sino en su mejor estado, cuando escribió, "...no hago el bien que quiero." Esta no es una descripción de un hombre que detesta los mandamientos de Dios y los cuenta como gravosos. He aquí un hombre que se deleita en hacer la voluntad de Dios y se regocija con el salmista en recorrer el camino de los mandamientos de Dios. Pero aún así, y debido a que la ley demanda absoluta justicia, Pablo reconoce que se queda corto, pues la ley sólo reconoce una sola medida. Casi alcanzar el blanco significa errar completamente. Así, y como Calvino lo señaló, los mejores esfuerzos del cristiano sólo pueden merecer la muerte.

Otra vez, Pablo declara: "...el mal que no quiero, eso hago." "...lo que aborrezco, eso hago." La ley de Dios requiere no sólo que amemos la justicia, sino que también odiemos la iniquidad; que no sólo resistamos el mal, sino que lo odiemos instantánea y radicalmente. Si el mejor de los cristianos viene ante la justicia de la ley, todos sus pecados tan valientemente resistidos serían juzgados como pecado, y éste sería considerado como hacedor del mal que odia.

Este punto es ilustrado en forma muy hermosa por Bunyan en El Progreso del Peregrino. Noblemente, "Leal" resistió la tentación de "Viejo Hombre" de casarse con sus tres hijas, "Concupiscencia de la Carne, Concupiscencia de los Ojos, y Vanagloria de la Vida;" pero pronto fue hallado por "Moisés," quien lo golpeó inmisericordemente por sus inclinaciones secretas a estar de acuerto con el "Viejo Hombre." "Moisés," quien representa a la ley, lo hubiera matado, a no ser por la misericordiosa intervención del Hombre con las marcas de clavos en sus manos.

Juzgado por la ley, el mejor estado del mejor santo es vanidad. "Nuestras obras más puras no son mejores que trapos de inmundicia cuando son vistas a la luz de la ley de Dios" ( J.C. Ryle). Es por esto que el apóstol clama, "¡Miserable hombre de mí!" Es decir, aún cuando odia el mal y hace lo justo, su desempeño es desafortunado comparado con la pureza de las demandas de la ley (o la santidad del Hijo de Dios).

La naturaleza pecaminosa del creyente no es diferente de la del no creyente. "El hombre regenerado no es un ápice diferente en sustancia de lo que era antes de su regeneración" (Bavinck). Toda la iglesia debe confesar, "Ten misericordia de nosotros, miserables pecadores." Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamentogo estan de acuerdo en este punto.

"Y no entres en juicio con tu siervo; porque no se justificará delante de tí ningún ser humano" (Sal. 143:2).

"Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (1 Juan 1:8).
Ninguna obra realizada por los santos en esta vida puede satisfacer la excelsitud de la ley de Dios. Si Dios no fuera misericordioso en su juicio, las buenas obras de los santos serían consideradas un "pecado mortal" (Lutero). Absolutamente nada puede ser aceptable ante la vista de Dios, a menos que esté cubierto con la nube de los méritos de Cristo. Debido al "pecado que mora en mí," necesitamos misericordia tanto al inicio, como al final de la carrera cristiana, pues la vieja naturaleza nunca deja de ser malvada. El crecimiento en la gracia, por lo tanto, no significa que somos menos y menos pecaminosos, sino al contrario, más y más pecaminosos ante nuestra propia estima.

Es esta convicción de infortunio que proviene de la ley, lo que impide que nuestra santificación encalle en las rocas de la justicia propia. Esta convicción mantiene la pequeña barca del cristiano apuntando constantemente hacia su única estrella de esperanza, la justificación por la fe en una justicia que se presenta por nosotros en el cielo. El refugio del pecador debe siempre ser también el refugio del santo.

"Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo y será levantado" (Prov. 18:10).

"Y éste será su nombre con el cual le llamarán: JEHOVA, JUSTICIA NUESTRA." (Jer. 23:6).

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